“Se había enamorado
como toda mujer inteligente: como una idiota”
Se quedó mirando el aire, buscando las
formas que podía adquirir el oxígeno en aquel rincón del Café. Nadie se había
detenido a pensar qué estaba haciendo la mujercita que miraba atontada un hueco
vacío de la pared contigua a la que estaba sentada, nadie la había mirado
porque en una Cafetería a rebosar de gente a ninguno de ellos le importaba lo
que el otro estuviera haciendo, sin embargo ella se encontraba apacible con un
vaso del mejor café de la casa mirando al aire. Eran mediados de Junio y por
eso ella estaba ahí sola. Pensándolo bien se acordaba muy poco de su nombre. Nadie
recuerda su nombre en los momentos como esos cuando piensas en todo y en nada,
o cuando no estas haciendo algo importante donde debes llenar formas con tu
nombre o pagar alguna deuda al banco. “Señorita, disculpe. Sé que está ocupada
tomando un café y mirando el aire anonadada pero dígame ¿Cuál es su nombre?”
Nadie le preguntaría eso, jamás y eso le aliviaba porque siendo sinceros no
recordaba su nombre. Si le dijeran eso ella se atragantaría con el café,
miraría a su alrededor esperando una palmada de alguien en su hombro para poder
así recordar quién es y por qué esta ahí, pero nadie estaba a su lado, nadie
podía asegurar que ella era de verdad ella, mas que Alicia, pero en su interior
esa soledad se la tragaba viva desde las entrañas. Tomándolo con más calma,
ella no sobreviviría a una pregunta de esa índole. “Gracias Dios por evitar que
alguien se acerque a mi, gracias por hacernos egocéntricos” pensó. Alicia
quería verse completamente huraña, para que todo aquel que la mirara pensara:
Esa mujer tiene mucho coraje, tanto qué está sola bebiendo café en un lugar tan
transitado, dentro de sí ella no desea mi compañía, no desea ni mi palabra....
Alicia
suspiró y bebió un grande sorbo de café. El café la ponía muy activa, la
cafeína le hacia pensar esas barbaries. Después de todo nadie podía pensar eso
y encontrarse en sus cinco sentidos, ella misma admitió para sí que sólo
pensaría eso de todo corazón estando ebria. Con un ligero movimiento asintió al
aire “Sólo ebria se pueden pensar esas cosas”, sin embargo ella no estaba
ebria, estaba peor que ebria, estaba sola. Ojalá
nadie se me acerque a preguntarme el nombre, suspiró para sí.
Salió
de la Cafetería después de pagar el café y las donas que se había comido.
Parecía que el día se había puesto en huelga, como si criticara al mundo por
tomarle poca importancia a su corta vida y parecía que el clima se había aliado
con él. Apenas se veía un poco el sol, el ambiente se sentía húmedo y frío, el
cual quedaba al par con el ánimo de Alicia. Durante mucho tiempo esos días
fueron sus aliados, para ella esos días sin sol y con posibilidad de lluvia le
recordaban su naturaleza, su esencia. Aquella extraña atracción a sentirse
deprimida le había traído muchos problemas a lo largo de su vida; siempre que
ella decía algo como “Me gusta estar triste” o cuando iba sola por la calle a
leer en un rincón desolado todos le decían “¿Quieres que te acompañe?” o
“¿Estas bien? ¿Necesitas hablar de eso? No es correcto que te sientas triste”,
las negativas a aquellas preguntas le habían costado inclusive amistades, le
habían costado autoestima y a un precio muy alto.
“Nadie
quiere estar solo” decían.
Ella
tampoco quería estar sola, quería encontrar alguien con quien estar, alguien
que aceptara su naturaleza Lobuna (en términos de Hermann Hesse). No, no es que
le faltara en su vida a alguien al cual llamar amigo o que no tuviese en su
momento alguien a quien llamó amor, pero al final en esos días donde su belleza
solitaria salía a flote ellos se alejaban por razones diferentes; algunos se
iban para no volver, otros sólo se distanciaban, pero al final se quedaba relativamente
sola, pero sola finalmente. Si alguna vez dijo: “No, deseo estar sola”, o “Me
siento bien así” en esos momentos se arrepentía de aquello y si tuviera la
oportunidad gritaría al mundo que detestaba la soledad que se había impuesto.
Alicia dio la vuelta en una esquina para llegar a la avenida principal, al
tiempo dirigía la mirada al sol en el horizonte: estaba a punto de obscurecer.
Entonces negó con la cabeza. En realidad no se arrepentía de encerrarse en su
soledad.
“Algunos lo querían como hombre distinguido, inteligente y original;
pero se quedaban aterrados y defraudados cuando de pronto descubrían al lobo”.
Volvió
a suspirar porque realmente no deseaba recordar eso. No quería pensar en algo
que había leído años atrás. El lobo
estepario es a grosso modo la
vida de Hermann Hesse vista desde el momento más inoportuno de esta, cuando él
deseaba compulsivamente la muerte sin sentirse capaz de llegar al suicidio. Muchos
hechos de su novela coinciden con momentos de la vida de Hermann Hesse, y por eso
se cree que en gran parte la vida de Harry Heller es en resumidas cuentas la
vida del autor.
Siguió
caminando por la calle larga mientras pensaba en eso que no quería pensar.
Alguien se había sentido así, en un mundo dramático como lo
es el mundo de la novela, pero pese a todo el la entendía, dramáticamente había sido ella. No podía parar
de sentir empatía por aquel hombre que se había plasmado en el personaje de su
novela.
El
eco de sus tacones resonaba en la calle y se dio cuenta que estaba sola en la
calle. Sola, ciertamente, pero Hesse la acompañaría a donde sea.