1 de agosto de 2013

Negro.

–Yo sé que algún día, terminaras engañándome– Dijo con toda naturalidad al tiempo que cerraba su libro. Yo aparté la vista de mi sandwich de atún y la miré aturdido, con rapidez tragué lo que había en mi boca y respondí:
– ¿¡Qué!? – Mi voz sonaba seca y distorsionada. Ella asintió varias veces con la cabeza, como si ese gesto respondiera a todas mis preguntas. Se limpió la boca y me miró fijamente a los ojos.
Ella, mi novia, aveces hacía eso; mientras se encontraba absorta en un libro, una película o un pensamiento profundo, decía frases concretas de sus pensamientos turbios y complicados. Cada vez que decía algo así trataba de explicar la razón de su respuesta, pese a que fuera una razón rebuscada o una conclusión incompleta. Aveces se pasaba horas explicando con exactitud todo, aunque en realidad la idea no tuviera explicación alguna. 
Yo en cambio no soy ese tipo de persona. Suelo no divagar en ningún pensamiento y soy de ideas concretas y claras. Por ejemplo, si algún día saliera con ella a un museo y hubiera un cuadro completamente pintado de negro que, naturalmente, su tarjeta blanca tuviera impresa la leyenda "Titulo: Negro" Yo diría: 
          –Mira, es negro.
–Mhh... Podría no ser negro. Quizás es un azul muy obscuro. – Respondería ella.
–¡Pero! Es negro, míralo. En el título dice "Negro". Es negro. 
–No lo sé. Quizás. 

Me levanté de la mesa y me senté en la silla más cercana a ella.
–Explícate
–Mhh...– Tomó la lata de cerveza y la ladeo como si fuera una copa de vino – Pues, realmente no es tan complicado. 

La había conocido un día en el instituto, cuando le gustaba llevar el cabello corto... muy corto, de hecho eso era lo que me había atrapado de ella. Recuerdo que cuando giraba la cabeza podía ver con claridad toda su orejita, sin perder detalle alguno de ella, también su pómulo alzado le resaltaba más y su sonrisa se veía más grande. Iba caminando cuando me la topé de frente. Siempre decía que le había gustado en el acto. "Sí – decía ella asintiendo – Recuerdo que pensé que eras un chico realmente guapo, después mi amiga me contó que eras muy listo y agradable, lo que sólo empeoro las cosas. Yo quería.... no, yo debía conocerte" Al final su amiga, que iba conmigo en un curso extracurricular nos presentó y al poco tiempo no hicimos pareja.

– Quizás nunca te he gustado.
– ¿Lo crees? – Respondí.
– Sí... Quizás sí. Piénsalo. Yo te busqué, yo te encontré. No me enamoraste, yo me enamoré.
– Entiendo a lo que te refieres. Pero tú me gustas. Me gustabas. Ahora, antes y...
– Mhh – frunció el ceño un poco – Pero no lo entiendes. – Sentenció – No lo haces.– Tomó un sorbo de cerveza y siguió hablando.

Nos veíamos casi siempre en su apartamento. Me gustaba estar con ella todo el tiempo posible, porque no me sentía incómodo a su lado, al contrario, estar con ella era de lo más natural que hacía desde siempre. Era más fácil que respirar. Al principio, tratamos de vernos también en mi apartamento, pero la verdad es que eso no pegaba; estando con ella ahí, no me acomodaba en el sillón, no me sentía cómodo en el baño y mientras hacíamos el amor me daban unos calambres tremendos. Después, cuando no salíamos a dar una vuelta, se volvió natural sólo vernos en su apartamento, como un acuerdo.

– Sé que no te sientes totalmente cómodo conmigo.
– Estas equivocada... – Traté de tomarle la mano pero ella la alejó.
–Pero eso no es todo – prosiguió– Sé que lo has hecho antes.... y que no te importará hacerlo después.
Por un momento reinó el silencio. "¿Qué lo he hecho?"
– ¿A que te refieres? – Pregunté  – ¿Qué quieres decir...?
– Me has engañado antes. Y siempre lo hacen en tu apartamento... y te conozco, no es con cualquiera, es con sólo una chica. Podría jurar que ella tiene una relación con alguien que conoces y...
–¿¡Qué!?– Respondí molesto – ¿¡Lo dices en serio!?
Ella no respondió. Se quedó mirándome a los ojos, como si buscara la verdad que ella había concluido. Lancé un hondo suspiro y le besé la frente, pero ella no se movió ni un ápice. Parecía que todo lo que pudiera emanar de mi boca le pareciera algo irrelevante y que mirarme a los ojos era lo único que podía hacer, o lo único que yo merecía de ella. La besé en los labios, pero ella los apretó con fuerza. Me mantuve cerca de su boca, tocando su nariz con la mía cuando de pronto ella comenzó a besarme. 
Ese día hicimos el amor en el sofá, en el piso de la sala y terminamos en la ducha.

Al otro día el teléfono me despertó a las 8:37 de la mañana.

–¿Bueno?
– Hola – dijo la voz. –¿Nos podemos ver hoy? ¿O debes salir con...?
–Claro. – La interrumpí – No creo volver a verla. – Respondí.
–Oh. Lo siento – dijo ella como disculpándose – ¿Terminaron? ¿ Se enteró?
– No… No del todo.  

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