Llevaba caminando un par de horas, ya no recordaba donde
había empezado a correr ni donde se había tropezado para empezar a cojear… Ya
lo había olvidado. Había olvidado al hombre que le había dicho muchas
vulgaridades al mirar su escote, había olvidado al hombre que le había tocado
el trasero cuando se preparaba a cruzar una calle, se había olvidado también
del grito chillón que había sido la respuesta de ese acoso, había olvidado como
una mujer le dijo “Vieja borracha” cuando se cayó de bruces contra el pavimento
y también había olvidado la sonrisa tan tierna (y coqueta) que le había
proporcionado un chico cuando la ayudó a levantarse… ella lo había olvidado
todo. Es gracioso, en realidad, porque ella seguía recordándolo, pero en
realidad, también prefería olvidarlo.
El tiempo
podía encargarse de muchas cosas, por ejemplo: del dolor. Pero hay cosas que el
tiempo no borra, aunque nos parezca que lo haga, el tiempo, a veces, sólo las
esconde: el tiempo es como el polvo, el polvo sobre un espejo, el reflejo sigue
ahí, pero el polvo se encarga de primero, hacerla una imagen tenue, luego de hacerla
borrosa, de pronto es difícil vislumbrar entre las capas de mugre, hasta que en
cierto punto, la única forma de mirar la imagen que se encuentra reflejándose es
tomar un paño húmedo y limpiar de tirón la capa tierrosa. ¿Qué pasa cuando el
paño es embarrado (literal) de manera repetitiva sobre el espejo? La tierra se
hace lodo y el lodo lo ensucia todo. Literal, el tiempo es como el polvo. Y
cuando uno quiere desesperadamente quitar ese polvo… te ensucias. El polvo y el
tiempo, ensucian.
Estaba
ahora de pie enfrente de una casa grande. La casa se veía a través de la reja. Las
ventanas estaban tableadas. La casa estaba sucia… llena de tiempo. No tuvo que
pensar dos veces antes de saltar la gran reja y caer de nuevo, de bruces,
contra el pasto del patio, delante de ella muchos mosquitos levantaron el
vuelo, se levantó y de primera intención quiso limpiarse las manos en los
tejanos, pero tenían mucho lodo; alzo la vista y entre tanta hierba “mala”
encontró varios juguetes. “Tontos” dijo en voz baja “de seguro nadie quiso
entrar porque se creen que está embrujada”. Caminó hacia la fuente que se
hallaba delante del ventanal y se asomó a la pileta, la cual estaba vacía, su
estructura de cemento se veía aún muy perdurable, apostaba que la casa de
madera se caería primero que esa fuente con su pájaro en la punta. Uno, dos,
tres escalones de madera, una entrada con pilares donde en algún tiempo lejano
alguien se había sentado a leer el periódico y a mirar a sus vecinos. “Buenos
días viejo Perkins ¿Qué dice la vida? ¿Eh? ¡No me diga! ¿De nuevo la ciática?
Ajam… sí. Lo conozco, dicen que es buen médico. Claro. ¡Bonito día!” Y abrió la puerta.
Estaba
vacía. La casa estaba más vacía de lo que pensaba. Subió las escaleras. Las
bajó. Se asomó. Le cayó una araña. La mató. Esto era demasiado poco para tanto
que esperaba. Saltó de nuevo y cayó (de bruses) de nuevo. Debía ir a casa.
El tiempo
podía encargarse de muchas cosas, por ejemplo: el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dime...