8 de mayo de 2013

Buscando formas


“Se había enamorado como toda mujer inteligente: como una idiota”

Se quedó mirando el aire, buscando las formas que podía adquirir el oxígeno en aquel rincón del Café. Nadie se había detenido a pensar qué estaba haciendo la mujercita que miraba atontada un hueco vacío de la pared contigua a la que estaba sentada, nadie la había mirado porque en una Cafetería a rebosar de gente a ninguno de ellos le importaba lo que el otro estuviera haciendo, sin embargo ella se encontraba apacible con un vaso del mejor café de la casa mirando al aire. Eran mediados de Junio y por eso ella estaba ahí sola. Pensándolo bien se acordaba muy poco de su nombre. Nadie recuerda su nombre en los momentos como esos cuando piensas en todo y en nada, o cuando no estas haciendo algo importante donde debes llenar formas con tu nombre o pagar alguna deuda al banco. “Señorita, disculpe. Sé que está ocupada tomando un café y mirando el aire anonadada pero dígame ¿Cuál es su nombre?” Nadie le preguntaría eso, jamás y eso le aliviaba porque siendo sinceros no recordaba su nombre. Si le dijeran eso ella se atragantaría con el café, miraría a su alrededor esperando una palmada de alguien en su hombro para poder así recordar quién es y por qué esta ahí, pero nadie estaba a su lado, nadie podía asegurar que ella era de verdad ella, mas que Alicia, pero en su interior esa soledad se la tragaba viva desde las entrañas. Tomándolo con más calma, ella no sobreviviría a una pregunta de esa índole. “Gracias Dios por evitar que alguien se acerque a mi, gracias por hacernos egocéntricos” pensó. Alicia quería verse completamente huraña, para que todo aquel que la mirara pensara: Esa mujer tiene mucho coraje, tanto qué está sola bebiendo café en un lugar tan transitado, dentro de sí ella no desea mi compañía, no desea ni mi palabra....
Alicia suspiró y bebió un grande sorbo de café. El café la ponía muy activa, la cafeína le hacia pensar esas barbaries. Después de todo nadie podía pensar eso y encontrarse en sus cinco sentidos, ella misma admitió para sí que sólo pensaría eso de todo corazón estando ebria. Con un ligero movimiento asintió al aire “Sólo ebria se pueden pensar esas cosas”, sin embargo ella no estaba ebria, estaba peor que ebria, estaba sola. Ojalá nadie se me acerque a preguntarme el nombre, suspiró para sí.
Salió de la Cafetería después de pagar el café y las donas que se había comido. Parecía que el día se había puesto en huelga, como si criticara al mundo por tomarle poca importancia a su corta vida y parecía que el clima se había aliado con él. Apenas se veía un poco el sol, el ambiente se sentía húmedo y frío, el cual quedaba al par con el ánimo de Alicia. Durante mucho tiempo esos días fueron sus aliados, para ella esos días sin sol y con posibilidad de lluvia le recordaban su naturaleza, su esencia. Aquella extraña atracción a sentirse deprimida le había traído muchos problemas a lo largo de su vida; siempre que ella decía algo como “Me gusta estar triste” o cuando iba sola por la calle a leer en un rincón desolado todos le decían “¿Quieres que te acompañe?” o “¿Estas bien? ¿Necesitas hablar de eso? No es correcto que te sientas triste”, las negativas a aquellas preguntas le habían costado inclusive amistades, le habían costado autoestima y a un precio muy alto.
“Nadie quiere estar solo” decían.
Ella tampoco quería estar sola, quería encontrar alguien con quien estar, alguien que aceptara su naturaleza Lobuna (en términos de Hermann Hesse). No, no es que le faltara en su vida a alguien al cual llamar amigo o que no tuviese en su momento alguien a quien llamó amor, pero al final en esos días donde su belleza solitaria salía a flote ellos se alejaban por razones diferentes; algunos se iban para no volver, otros sólo se distanciaban, pero al final se quedaba relativamente sola, pero sola finalmente. Si alguna vez dijo: “No, deseo estar sola”, o “Me siento bien así” en esos momentos se arrepentía de aquello y si tuviera la oportunidad gritaría al mundo que detestaba la soledad que se había impuesto. Alicia dio la vuelta en una esquina para llegar a la avenida principal, al tiempo dirigía la mirada al sol en el horizonte: estaba a punto de obscurecer. Entonces negó con la cabeza. En realidad no se arrepentía de encerrarse en su soledad.

“Algunos lo querían como hombre distinguido, inteligente y original; pero se quedaban aterrados y defraudados cuando de pronto descubrían al lobo”.

Volvió a suspirar porque realmente no deseaba recordar eso. No quería pensar en algo que había leído años atrás. El lobo estepario es a grosso modo la vida de Hermann Hesse vista desde el momento más inoportuno de esta, cuando él deseaba compulsivamente la muerte sin sentirse capaz de llegar al suicidio. Muchos hechos de su novela coinciden con momentos de la vida de Hermann Hesse, y por eso se cree que en gran parte la vida de Harry Heller es en resumidas cuentas la vida del autor.
Siguió caminando por la calle larga mientras pensaba en eso que no quería pensar. Alguien se había sentido así, en un mundo dramático como lo es el mundo de la novela, pero pese a todo el la entendía, dramáticamente había sido ella. No podía parar de sentir empatía por aquel hombre que se había plasmado en el personaje de su novela.
El eco de sus tacones resonaba en la calle y se dio cuenta que estaba sola en la calle. Sola, ciertamente, pero Hesse la acompañaría a donde sea. 


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